Complementario: EL LLAMADO DE DIOS A LA MISIÓN
La llamada de Dios a la misión
El 3 de junio de 2017, Alex Honnold escaló el infame El Capitán, un majestuoso acantilado de tres mil metros en el Parque Nacional de Yosemite, en Estados Unidos. Solo unos pocos escaladores de élite pueden realizar la ascensión, pero Honnold dio un paso monumental. Lo hizo en solitario, es decir, sin cuerdas ni equipo de protección. En otras palabras, un resbalón y se caía. A su manera, Honnold lo calificó de esfuerzo de "altas consecuencias".1
Daniel Duane, escribiendo en el New York Time, fue más efusivo, describiéndolo "como una de las grandes hazañas atléticas de cualquier tipo, jamás". Escribió que todo escalador "lo reconoce [a El Capitán] como el acantilado indispensable". Y añadía: "Ningún acantilado combina una pendiente tan implacable, una suavidad tan cristalina y una inmensidad tan inspiradora -tanto horizontal como vertical- con u n a cualidad de unidad tan coherente, de ser un único objeto sólido tan gigantesco como para inducir de forma fiable una conciencia estremecedora del incomprensible misterio de la creación".2
La escalada en libre de Honnold duró tres horas y cincuenta y seis minutos. Eso significa que durante casi cuatro horas escaló con cada nervio y músculo en tensión, su mente implacablemente concentrada en encontrar el siguiente indicio de un punto de apoyo o la siguiente fisura en la que pudiera confiar la punta de sus dedos. Un error, un dedo mal colocado, y caería en picado hacia la muerte. Duane concluyó: "[Era] una actuación tan superior a nuestra comprensión actual de nuestro potencial físico y mental que provoca una placentera sensación de asombro desconcertado junto a la inevitable náusea".3
Ocho años antes, otro escalador profesional, Dean Potter, se preparó para una hazaña alpina diferente. En lo alto de las montañas suizas, se puso un traje de alas especialmente diseñado que le hacía parecer una especie de murciélago humano. Luego saltó desde un acantilado a nueve mil pies de altura. Con los brazos palmeados extendida, voló durante dos minutos y cincuenta segundos, recorriendo más de seis kilómetros. Fue el salto BASE, saltando desde un objeto fijo, más largo jamás registrado.4 El salto BASE compite con la escalada libre por el dudoso privilegio de ser el deporte más peligroso del mundo. En muchos lugares es ilegal. Potter, antiguo Aventurero del Año de National Geographic, también practicaba la escalada en roca y el highlining, que consiste en caminar por cuerdas colgadas de desniveles peligrosos. Como era de esperar, él y un amigo murieron en 2015 mientras hacían salto BASE en Yosemite, donde Honnold hizo su escalada récord.
Zonas de confort
Salir de la zona de comodidad
A los que practican la aventura extrema les encanta salir de la comodidad diaria y superar sus límites físicos y mentales. En 1908, los psicólogos Robert Yerkes y John Dodson comprobaron la relación que existe entre el estrés y el rendimiento. Su investigación dio lugar a la ley de Yerkes-Dodson, que dice que cuando una persona está trabajando en las condiciones a las que está acostumbrada, rendirá de forma constante a un determinado nivei. Pero para superar ese nivel, para mejorar su rendimiento, deberá salir de la rutina acostumbrada. No demasiado, ya que su rendimiento se verá afectado, pero sí lo suficiente como para empujarla a un nivel superior. Llamaron a ese punto de rendimiento el nivel de "ansiedad óptima". Es como si las dificultades, el peligro y el estrés actuaran como catalizadores de un mejor rendimiento.
Como cristianos, es fácil quedarnos en la comodidad espiritual a la que estamos acostumbrados, que es en realidad una peligrosa comodidad espiritual. Eso fue lo que le ocurrió a la iglesia de Lao-dicea. Se volvió tibia en la fe. Dios dijo que les habría sido mejor ser calientes o fríos (Apoc. 3:15). En lugar de escalar las alturas de las montañas, la iglesia se había conformado conjugar inofensivos juegos de mesa. En lugar de comprometerse audazmente en la obra misionera, se especializó en mantener a los miembros que ya tenía.
Los sociólogos tienen mucho que decirnos sobre la tibieza. El sociólogo estadounidense Peter Berger escribió sobre lo que denominó "estructuras de plausibilidad", es decir, estructuras sociales que apoyan distintas cosmologías y ayudan a que tengan sentido.2 Cada sociedad tiene diversas "estructuras de plausibilidad" que facilitan la creencia en determinadas ideas. La estructura de plausibilidad adventista incluye elementos como la Escuela Sabática, la iglesia, la familia y los amigos.
Berger sostiene que cualquier creencia o estilo de vida necesita una comunidad o un grupo de apoyo para sostenerse. Generalmente es más fácil, por ejemplo, mantener la fe en un recinto universitario donde los profesores son creyentes y se puede vivir, trabajar y estudiar con cristianos comprometidos. Es más difícil, per*o no imposible, mantener una fe cristiana activa en Irán o Arabia Saudita.
Muchos cristianos pasan seis días a la semana sumergidos en los valores del mundo: entretenimientos, medios masivos de comunicación y redes sociales, donde la fe es atacada o ignorada. Se rodean de estructuras de plausibilidad que apoyan la incredulidad. A ningún sociólogo le sorprendería que su fe se volviera tibia. Este resultado es casi inevitable cuando limitamos nuestra experiencia cristiana a un "complemento" de fin de semana llamado iglesia, un mero añadido a nuestra vida "real" en la que Dios no desempeña ningún papel.
Aunque las estructuras de plausibilidad sostienen la fe, el crecimiento espiritual suele ocurrir cuando esas estructuras se ponen a prueba o se debilitan. Cuando estudiaba en la Universidad de Newcastle, en Australia, una de las asignaturas de mi carrera era la filosofía. Recuerdo muy bien el primer día de una de clases. El profesor entró al salón y dijo: "Creo que es importante que sepan de dónde vengo. Antes era predicador laico de la Iglesia Metodista, pero ahora soy ateo. Pero, pueden estar tranquilos, ya que no creo que el ateísmo necesita misioneros". Otros profesores no fueron tan corteses y atacaron sin reparos al cristianismo. Socavaron las estructuras de plausibilidad que me habían acompañado toda lavida.
Obviamente, un entorno en el que los profesores debiliten nuestras estructuras de plausibilidad supondrá un reto para nuestra fe mayor que un lugar en el que se reafirme y apoye nuestra fe. Pero cuando se nos saca de aquello a lo que estamos acostumbrados y se nos obliga a mantenernos firmes en lo que creemos, en realidad lo que estamos haciendo es fortalecer nuestra fe.
Esto no niega-el valor de la educación adventista. Las escuelas adventistas desempeñan un papel fundamental en la construcción de sólidas estructuras de plausibilidad que fortalecen y apoyan la fe. Pero una educación adventista eficaz también capacita e inspira a los alumnos para que salgan de la comodidad acostumbrada y se involucren en la obra misionera y el servicio, que es donde se genera el verdadero crecimiento espiritual.
La iglesia de Éfeso padecía una enfermedad similar a la de Laodicea. Había perdido su primer amor. Afortunadamente, el Señor le da la solución: "Haz otra vez lo que hacías al principio" (ver Apoc. 2:5, DHH). No les pide que estudien más, aunque eso es importante. No les pide que vayan más a la iglesia, aunque eso es importante. Ni siquiera les pide que oren más, aunque eso también es importante. Más bien, Jesús les pide que actúen. Hay algo espiritualmente importante en actuar y participar. "No pierdas el tiempo preocupándote sobre si "amas" a tu prójimo; simplemente actúa como si lo hicieras. Al hacerlo, descubrirás uno de los grandes secretos. Cuando nos comportamos como si amáramos a alguien, terminamos amando a esa persona"3 Redescubrir nuestro primer amor requiere acción, no solo contemplación. ¿Se ha enfriado nuestro primer amor? ¡Volvamos a actuar como cristianos!
Jesús le dice a la iglesia de Sardis: "¡Despierta! Fortalece lo poco que te queda" (Apoc. 3:2, NTV). Hay momentos en los que nos sentimos agotados. Nos sentimos consumidos y débiles en la fe, sin que nos quede mucho a lo cual aferramos. Pero necesitamos aferramos a lo que queda de nuestra fe como si fuera un bote salvavidas. Luego, debemos redescubrir aquello que solíamos hacer cuando acudimos a Jesús por primera vez. ¿Pasábamos tiempo estudiando la Biblia y orando? Empecemos a hacerlo de nuevo. ¿Compartíamos a Jesús y su amor con los demás? Empecemos a hacerlo de nuevo. ¿Teníamos un grupo pequeño de estudio bíblico? Revivámoslo. ¿Dedicábamos tiempo voluntario a ayudar a la gente de la comunidad? Es hora de volver a ser voluntarios. "Haz otra vez lo que hacías al principio".
Elena de White cuenta la historia de un hombre que estuvo a punto de morir en una tormenta de nieve. Exhausto, estaba a punto de abandonar la lucha por la vida. Fue entonces cuando oyó los gemidos de un compañero de viaje. Encontró al hombre e instintivamente empezó a frotarle los miembros congelados. Finalmente, consiguió que se pusiera en pie, pero se dio cuenta de que el compañero no podía caminar. Así que lo levantó y lo llevó a través de la nieve hasta un lugar seguro. "Su mente se iluminó con el destello de la verdad -dice Elena de White-: al salvar a su vecino también se había salvado a sí mismo".4 El esfuerzo que hizo para salvar a otra persona le permitió mantenerse con vida. La obra misionera, que nos conduce a salir de la comodidad a la que estamos acostumbrados por Jesús, también nos da vida.
Un legado misionero
La Iglesia Adventista del Séptimo Día tiene un rico legado de personas que dejaron la comodidad a la que estaban acostumbrados por Jesús. En 1901, el pionero adventista Stephen Haskell y su esposa Hetty, se mudaron al centro de la ciudad de Nueva York. A sus 68 años, Haskell era un importante dirigente adventista, amigo cercano de Elena de White y un hombre que había vivido la mayor parte de su vida en zonas rurales. Ahora, al comienzo de un nuevo siglo, los Haskell se encontraban en el corazón de la densamente poblada ciudad de Nueva York.
En este campo misionero urbano, los Haskell se instalaron en el Windermere, un edificio de apartamentos de estilo neorrena-centista recientemente construido.
Cerca de allí, pasaban los trenes elevados por la Novena Avenida. A cinco minutos a pie estaba la esquina suroeste del Parque Central. Haskell parecía un poco abrumado por la ciudad, casi temeroso de que la jungla urbarTa se los tragara y quedaran olvidados: "No permitas que nuestros hermanos se olviden de orar por nosotros -escribió-. No "olvides la dirección. Es el número 400 de la calle 57 Oeste, en Nueva York".5
El año 1901 fue un año difícil en la ciudad de Nueva York. La bolsa sufrió su primera caída, y la ciudad se sofocaba bajo la ola de calor más mortífera de su historia. La gente saltaba de las ventanas de las viviendas hacia la muerte porque el calor resultaba insoportable. Si había un momento para abandonar la ciudad y encontrar una casa de campo rodeada de hierba verde, árboles frondosos y vacas felices, era aquel momento. Pero por muy incómodos que estuvieran en medio de la ciudad, los Haskell se sentían llamados por Dios. Sabían que no podían limitarse a predicarle a la gente desde la distancia. Sabían que los seguidores de Cristo debían seguir el ministerio de su encarnación: vivir y ministrar en y con la comunidad urbana. Elena de White les escribió a los Haskell que Dios "estaba en su camino".6
Para los Haskell, no se trataba de un viaje misionero de corto plazo en el que podrían terminar rápidamente su ministerio para luego regresar a la seguridad del campo. Se trataba de un compromiso a largo plazo, en el terreno. Haskell incluso quería comprar un salón donde "se pudiera llegar al público de esta ciudad". Esperaba "que los que tuvieran medios para invertir en el establecimiento de un lugar donde el Señor pudiera morar en esta gran ciudad, los enviaran".7 Durante su estancia en Nueva York, supervisaron a un equipo de veinte personas que se dedicaban a dar estudios bíblicos, trabajar en el campo de la salud, distribuir publicaciones y mucho más.
Más recientemente, Cari Wilkensy su esposa Teresa, con su joven familia, trabajaban en Ruanda, donde Cari era director de la Agencia Adventista de Desarrollo y Recursos Asistenciales (ADRA). Poco se imaginaban lo que estaba a punto de ocurrir. Cuando comenzó el genocidio ruandés, la embajada estadounidense ordenó la evacuación de todos sus ciudadanos. Los Wilkens se enfrentaron a un problema. Dos ruandeses que vivían en su casa: el vigilante nocturno y la empleada doméstica, ambos tutsis, estaban en el punto de mira para ser asesinados. Cari se sintió obligado a quedarse y ayudarlos.
A pesar de la recomendación del gobierno estadounidense y de los líderes religiosos, Cari se negó a irse. Él y Teresa conversaron y oraron y decidieron que ella se iría con los niños a un lugar seguro y él se quedaría.
Años después, le pregunté sobre aquella decisión. "¿Cómo podía decirles a nuestros amigos y compañeros de trabajo ruandeses que oraríamos por ellos -me respondió-, pero que como teníamos pasaportes estadounidenses, no íbamos a poder quedarnos con ellos?". Miles de personas abandonaron el país, y la Organización de las Naciones Unidas retiró a la mayoría de sus tropas. Cari fue el único estadounidense que se quedó. Todos los días se abría paso entre soldados borrachos y ensangrentados para llevar comida, agua y medicinas a varios orfanatos. Ayudó a salvar la vida de cientos de personas, incluidos cuatrocientos niños del orfanato Gisimba.8
La Dra. Gillian Seton se graduó en la Universidad de Loma Linda en el año 2008 y, tras completar su formación como médica cirujana, se fue como misionera médica a la ciudad de Monrovia, Liberia. Poco se imaginaba que se vería en medio del peligro inminente. Llegó al país en febrero de 2014, justo antes del brote de ébola, el virus más temido ymortal del planeta. Yo lo llamaría el peor momento, pero ella no lo ve de esa manera. Ella dice que sintió que Dios la empujaba en esa dirección, y que era "el lugar perfecto para ella".9 "Aunque suene raro, no estoy preocupada -escribió en aquel momento-. Tal vez suena ingenuo, o fatalista, o lo que sea, pero si es mi momento, que así sea. No tengo ninguna garantía ni certeza por parte de Dios de que no me voy a enfermar. Pero también sé que, si él aún tiene planes para mí, me hará atravesar esto. He pensado en qué hacer si empiezo a tener síntomas, pero no puedo preocuparme por ello. De todos modos, estoy demasiado cansada".
Cuando el virus comenzó a propagarse, las autoridades la instaron a que se marchara a la seguridad de los Estados Unidos. Pero ella tenía una misión que cumplir y no se dejó convencer. Hablé con la Dra. Seton en 2015, después del ébola. Por fin estaba disfrutando de un descanso muy necesario en su casa en Estados Unidos. Me contó que había trabajado entre 70 y 80 días seguidos. Lo único que la libró de trabajar 24 horas al día fue un toque de queda a las nueve de la noche promulgado por el presidente del país. Eso significaba que la gente no podía ser trasladada al hospital hasta la mañana siguiente. "Sabía que Dios me quería en Liberia por la razón que fuera -dijo-. Me guío claramente en esa dirección. Eso significa, obviamente, que estaba destinada a estar allí durante el ébola, y durante un tiempo después, así que ya veremos qué es lo próximo que él tiene para mí".
Al año siguiente, la Dra. Seton pronunció el discurso de graduación de la promoción de 2016 de la Facultad de Medicina de la Universidad de Loma Linda. "Quiero ayudar a la gente, y puedo hacerlo -dijo-. Así que lo haré".
El acróbata francés Charles Blondin se especializó en sacar de su comodidad a la mayoría de los que presenciaban sus actos. Se hizo famoso a mediados del siglo XIX por sus espectaculares cruces de las cataratas del Niágara sobre la cuerda floja. Al igual que el escalador Alex Honnold, Blondin lo hacía al estilo "solitario libre", sin red de seguridad. Sostenía que prepararse para un desastre solo aumentaba las probabilidades de que ocurriera.
Abundan las historias de sus sorprendentes exhibiciones en la cuerda floja de 400 metros de largo, colgada a 60 metros de altura a través de las cataratas. En una ocasión, se cargó a la espalda un pequeño hornillo y algunos utensilios, se detuvo a medio camino y preparó una tortilla. Luego, bajó el desayuno recién hecho a los pasajeros de un barco que estaba debajo, redefiniendo de una manera muy particular el servicio de habitaciones. También hizo la travesía sobre zancos y con los ojos vendados. Se calcula que cruzó más de trescientas veces.
En una ocasión, Blondín transportó un saco de patatas en una carretilla que empujó de un lado a otro de la cuerda floja. Luego bromeó con la multitud, preguntándoles si creían que podía cruzar a alguien en la carretilla hasta el otro lado. Aunque la mayoría parecía estar de acuerdo, extrañamente no encontró ningún voluntario. Una vez llevó a su representante, Harry Colcord, a cuestas. Le dio instrucciones: "Mira hacia arriba, Harry. Ya no eres Colcord, eres Blondín. Hasta que abandone este lugar, eres parte de mí, de mi mente, cuerpo y alma. Si me balanceo, te balanceas conmigo. No intentes balancearte tú. Si lo haces, ambos moriremos".
Salir de nuestra comodidad acostumbrada por Jesús no es fácil. A veces puede parecer como caminar en la cuerda floja sobre alturas peligrosas. Por eso es tan importante la promesa de jesús en la Gran Comisión, de la que hablamos en el capítulo anterior: "Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Por tanto, vayan" (Mat. 28:18, NVI).
Para Colcord fue decisivo no estar solo en la cuerda floja. Estaba bajo el control y el cuidado de Blondin, el maestro acróbata. Lo mismo ocurre cuando estamos bajo el control y el cuidado del Maestro, que tiene toda la autoridad en el Cielo y en la Tierra.
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1 Daniel Duane, "El Capitan, My El Capitan", New York Times, 9 de junio de 2017.
2 5 Peter L. Berger y Thomas Luckmann, The Social Construction of Reality: A Treatise in the Sociology of Knowledge (Londres: Penguin Books, 1991).
3 Clive S. Lewis, Mere Christianity (Londres: Macmillan, 1996), p. 116.
4 Elena de White, Testimonios para la iglesia, t. 4, p. 314.
5 Stephen Haskell, "Addresses", Review and Herald, 9 de julio de 1901, p. 14.
6 Ella M. Robinson, S. N. Haskell: Man ofAction (Brushton, NY: Teach Services, facsímil del 2004), p. 194.
7 Stephen Haskell, "The Bible Training School in New York City", Review and Herald, 12 de noviembre de 1901, p. 11.
8 Hoy Cari dirige "El mundo fuera de mis zapatos", una organización cuyo objetivo es "preparar e inspirar a personas de todas las edades para que construyan relaciones de confianza mediante pensamientos y prácticas restaurativas" y luchar contra el genocidio, el racismo y la Intolerancia. "About Us" en World Outside My Shoes, visitada el 28 de febrero de 2023: https://worldouts¡demys-hoes.org/about-us/.
9 Amy Wilklnson, "Outbreak", Westwind: The Journal ofWalla Walla University, otoño de 2014, p. 12.
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