LECCIÓN 2 ESCUELA SABÁTICA "LO VEO, LO QUIERO, LO TENGO"


 PARA MEMORIZAR:
“El que fue sembrado entre espinos, este es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa” Mat. 13:22.



Resumen
Para reemplazar la codicia con el contentamiento, debemos tomar decisiones que permitan a Dios ejercer un control total sobre nuestra vida.



Karen se detuvo frente a la zapatería y escaneó la vidriera. Sus ojos captaron el brillo de un par de zapatos grises azulados de taco alto. Dejó escapar un suspiro en forma de un silbido suave. Hacen juego perfectamente con mi nuevo vestido, pensó. ¡Y están de liquidación! Karen sabía que ella ya había sobrepasado su límite de compras de ese mes, pero los zapatos podrían no estar en liquidación –y tal vez ni en existencia– cuando volviera al centro.

Se apresuró a entrar en la tienda y le pidió al vendedor que le permitiera probarse un par de esos zapatos de su medida. Mientras esperaba al vendedor, Karen pensó en la cuenta de la tarjeta de crédito que había recibido el día anterior. Había gastado varios cientos de dólares más de lo que ella recordaba y sabía que su esposo tampoco estaría contento acerca de ello. Por un momento, pensó en salir de la zapatería. Pero, antes de que pudiera decidirse, llegó el vendedor con los zapatos. Karen se los probó y se puso de pie ¡Perfectos!, pensó. Preguntó el precio, solo para estar segura de que el que estaba en la vidriera era correcto. Y era correcto.

La liquidación termina mañana, dijo el vendedor obsequiosamente. Karen no se atrevía a usar su tarjeta de crédito, que estaba cerca de su límite. Rebuscó en los bolsillos de su cartera, buscando dinero que podría haber guardado allí y olvidado. Su mano tocó un pequeño sobre blanco guardado en un bolsillo interior. Ansiosamente, lo sacó. Su corazón dio un salto al darse cuenta de que era el diezmo de la familia. ¡Ay!, pensó, chasqueada. ¿Por qué tenemos que dar tanto a la iglesia? Aunque el salario del trabajo de su esposo alcanzaba para los gastos corrientes de la familia, su trabajo de tiempo parcial apenas pagaba sus gastos personales. Karen miró de nuevo los zapatos. Los sentía cómodos, como si hubieran sido hechos para ella. La liquidación termina mañana, le recordó una voz en su cabeza. Tú mereces aparecer de la mejor manera en la iglesia el próximo sábado.


Karen se puso de pie. ¡Me los llevo!, dijo rápidamente, antes de que pudiera cambiar su decisión. Abrió el sobre del diezmo y sacó el dinero. Dios no lo necesita ahora mismo, racionalizó ella. Tal vez pueda trabajar algunas horas extra la semana que viene, para reponer este dinero. Aceptó el paquete que le alcanzó el vendedor y rápidamente salió de la zapatería, antes de que pudiera arrepentirse. Pero ya la excitación de su nuevo par de zapatos parecía disminuir.

UN OXÍMORON FUNDACIONAL

Cristiano materialista: es difícil imaginar cómo pueden ir juntos estos dos términos. Ninguno quisiera que esa expresión se aplicara a él. No obstante, un cristiano materialista puede esconderse, sin ser detectado en la iglesia, detrás de un disfraz de humildad. Sin tener en cuenta la cantidad de nuestras posesiones, podemos dar la impresión de que estamos bien espiritualmente. Esta actitud es la mayor amenaza a la condición espiritual de la iglesia. ¿Es posible que un cristiano en “buena relación con la iglesia” pueda participar en el "lo veo, lo quiero, lo tomo”?

Una evaluación honesta del Evangelio de la Prosperidad revela el materialismo en su núcleo central. Esta filosofía consiste sencillamente en que cuando doy espero que Dios me dé algo a cambio. Pablo advirtió a Timoteo (1 Timoteo 6:5) contra los que creían que la piedad era un medio de ganancia financiera. En el centro del Evangelio de la Prosperidad está la creencia de que las palabras de la Escritura pueden usarse para forzar a Dios a hacer realidad sus promesas de salud y riqueza. Esto puede considerarse el lado religioso del materialismo. Sin embargo, Jesús mismo no le dictó a su Padre qué debía hacer por él, ni intentó cambiar su obediencia por bendiciones. Él pidió y esperó una respuesta. Pidió en sumisión. Y así debemos hacerlo nosotros.

Jesús no vino a esta Tierra para llegar a ser rico, sino para devolver. Él nació pobre, vivió pobre y murió pobre. Rechazó las riquezas del mundo que en el desierto le presentó Satanás (Mat. 4:8-10). A través de los años, el Evangelio de la Prosperidad se ha apartado aún más de las Escrituras y cada vez más “enseña que Dios bendice a quienes favorece más con riqueza material’’.1 ¿Cómo combatimos la mentalidad de “lo veo, lo quiero, lo tomo" que promueve el Evangelio de la Prosperidad? Aquí hay cuatro consideraciones.

JESÚS
Comencemos con Jesús. “El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir” (Marcos 10:45). Servir como sirvió Jesús es dar por amor sin esperar nada a cambio. En la Tierra, Jesús “anduvo haciendo bienes” (Hechos 10:38). No es un medio para la riqueza o la pobreza, sino el camino a la vida eterna. No hemos de amar “las cosas que están en el mundo" (1 Juan 2:15). Hacerlo es hipocresía, una perversión del evangelio.

Para evitar esta trampa del materialismo, se nos dice: "Amarás a Jehová, tu Dios, de todo tu corazón, de toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Deuteronomio 6:5). Ese es nuestro privilegio. Un cristiano materialista transforma la jornada de fe en andar aferrado a una baranda rota que él cree que lleva al cielo. Es inútil. Esos pasamanos representan nuestros intentos de comprar nuestro camino al cielo con un arreglo negociado con Dios. La mentalidad “Veo, quiero, tomo” es una escalera a ninguna parte. Es como si no nos diéramos cuenta de que nuestra sensibilidad espiritual está aturdida por el materialismo. Atrapado en este entumecimiento, el joven rico cambió su alma por sus posesiones. No reconoció a Jesús como el Hijo de Dios (Mateo 19:16-22; Marcos 8:37). 


En ninguna parte Jesús dijo que haría que sus seguidores fueran ricos en este mundo. En cambio, promete que proveerá a nuestras necesidades. Además, Pablo aconseja que deberíamos estar contentos con el alimento y el vestido que Dios provee (1 Timoteo 6:8). En los días de Pablo, los macedonios no ayudaron con dinero a otros, a fin de enriquecerse (2 Corintios 8:1-7). 

En la historia del buen samaritano, Jesús enfatizó el dar abnegadamente. Lo que mide un corazón cristiano no es la cantidad de riquezas que tiene, sino lo que hace con lo que tiene. Por eso el Sermón del Monte (Mateo 5) es tan importante.

 “En el Sermón del monte demostró que sus requerimientos [de la Ley de Dios] se refieren no solo a las acciones externas sino que abarcan los pensamientos y las intenciones del corazón”.2 Estos principios revelan un sendero práctico al cielo que un cristiano puede seguir con seguridad en un mundo materialista. Dicho en forma sencilla, deberíamos seguir el modelo de Jesús en nuestra vida (Juan 5:30). 

LAS EMOCIONES Y LA RAZÓN 
Los mayordomos aprenden que las decisiones sabias son un mapa para su jornada espiritual. Ellos buscan sabiduría, ya que saben que "yo quiero”, generalmente, termina en una mala decisión. La sabiduría es el resultado del uso correcto de la razón y las emociones, los dos ingredientes que los humanos usamos para tomar decisiones. La capacidad de una persona para administrar la razón y las emociones se llama "dominio propio”. ¿De qué manera actúa el dominio propio? La razón reúne información; no obstante, las emociones dominan el proceso y llegan a ser la fuerza impulsora detrás de la mayoría de nuestras decisiones. La razón aun intentará justificar las decisiones emocionales. 

El dominio propio es el proceso de mantener tanto la razón como las emociones sirviendo al bien a largo plazo, más bien que a la gratificación inmediata. La mayoría de los comerciantes venden sus productos creando una experiencia emocional de compras. Apelar a estas emociones se considera entretenimiento. Las experiencias generadas con el propósito de impulsar a las personas a comprar cosas solo se vuelven más sofisticadas. Los comerciantes saben que la mayoría de los consumidores son emocionalmente vulnerables, así que los presionan para que tomen decisiones inmediatas. Si les dan tiempo para razonar, tal vez no compren. Las emociones pasan por alto el buen juicio e influyen sobre nosotros para comprar por impulso lo que no necesitamos y, tal vez, no podamos pagar. 

Tomamos el sendero de la menor resistencia y permitimos que el dominio propio sea puesto a un lado; entonces gastamos el dinero que todavía no hemos ganado. ¿Cómo puede la razón gobernar nuestras emociones? El dominio propio es uno de los dones del Espíritu (Gálatas 5:22, 23) que puede ser destruido por el materialismo, si se lo permitimos. Dios quiere que usemos el dominio propio para nuestra propia seguridad. Él promete ayudarnos en nuestras debilidades (Romanos 8:26). 

La palabra traducida como dominio propio en 2 Timoteo 1:7 equivale a disciplina propia. No es punitiva, sino liberadora. Significa actuar la voluntad de Dios con una mente sabia y sólida. Desarrollar el don del dominio propio es llegar a ser un maestro en el uso de nuestra voluntad. El dominio propio debe tener influencia directa sobre nuestras emociones. Desarróllalo cuando gastes dinero. Dios prometió: "Yo te instruiré, yo te mostraré el camino [...] te daré consejos" (Salmo 32:8, NVI; ver también Mateo 7:24: Isaías 58:11). 

Los principios de las Escrituras tienen el propósito de establecer el rumbo de nuestra vida, mientras nuestras las emociones suministran la motivación para la acción. Si nos apartamos de los principios, las emociones fijan el rumbo y transforman nuestros deseos en obsesiones. Si permitimos que nuestras emociones gobiernen nuestra vida, arruinarán nuestra dedicación y consagración a Dios. Jesús no siente placer en esto. Dice el sabio: "Encomienda a Jehová tus obras, y tus pensamientos serán afirmados” (Proverbios 16:3).

VISIÓN ESPIRITUAL 
Al llegar a mi iglesia una noche, vi lo que parecía un hombre sin hogar tratando de abrir la puerta delantera de la iglesia. Dejando las luces del automóvil encendidas, caminé hasta él y le pregunté: ¿Está usted bien? Pude ver y oler que estaba ebrio. Parados delante de la entrada, miró hacia el automóvil y dijo: Ese auto ¿está viniendo hacia nosotros? Por supuesto, no se movía, pero su ebriedad confundió su visión. Los cristianos pueden estar ebrios con el materialismo, lo que resulta en miopía espiritual; ricos y pobres, por igual, podemos ver nuestras posesiones muy cercanas, pero no ver a Cristo. Nos engaña la promesa de libertad y seguridad del materialismo, sin percibir que no puede garantizar ninguna de ellas. Cristo mismo dijo: "Es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios” (Mateo 19:24). 

Los cristianos materialistas están atados a sus posesiones, sin darse cuenta de su condición espiritual. Como el resto de la sociedad, tienden a enfocarse en el último placer, comodidad o aparato, y terminan en una rutina de trabajar-gastar. El apego a las posesiones refleja lo que valoramos en la vida, y estas posesiones proveen una falsa seguridad. Apilar posesiones es la mayor amenaza para el pueblo de Dios. Él nos valora a nosotros, no a nuestras posesiones. 

Dios no tenía la intención de que adoráramos las posesiones (Romanos 1:25). Israel olvidó a Dios, y el foco de la nación cambió a la comodidad de las cosas (Deuteronomio 8:10-14). Si acumulamos demasiadas propiedades y demasiadas posesiones, estas nos intoxican con la avaricia. Hacemos decisiones malas con nuestra visión espiritual borrosa. Nuestra visión defectuosa nos impide ver que Dios suplirá todas nuestras necesidades (Filipenses 4:19).

GENEROSIDAD EGOÍSTA
Por lo menos 25 textos bíblicos explican diferentes aspectos de la generosidad. Pero, aun la generosidad puede estar mal dirigida. Aunque "Veo, quiero, tomo" es el mantra materialista, el cristiano materialista también ha llegado a ser hábil en la generosidad egoísta, que es la avaricia espiritualizada. 

Quien está motivado por la generosidad egoísta está buscando ganancias al ayudar a otros, y lo logra con un engaño astuto. “Llevados por la avaricia, estos maestros los explotarán a ustedes con palabras engañosas” (2 Pedro 2:3, NVI). 

Aun los profetas no son inmunes (Jeremías 6:13). Ni siquiera una conversación racional con un asno pudo disuadir la avaricia de Balaam por los regalos del rey y la oportunidad de tener una ganancia (Judas 11). La generosidad egoísta es el pavimento del camino al infierno. Es la realización de un fraude y representa a uno que cree en sus propias mentiras. El salmista suplicó a Dios: "Dirígeme por la senda de tus mandamientos, porque en ella encuentro mi solaz. Inclina mi corazón hacia tus estatutos y no hacia las ganancias desmedidas. Aparta mi vista de cosas vanas, dame vida conforme a tu palabra" (Salmo 119:35-37). Dios está dispuesto a "dirigirme", “inclinar mi corazón" y “apartar mis ojos”, un proceso de tres pasos que puede contrarrestar nuestro deseo de cosas materiales. 

El primer paso es "dirígeme". Dios nos dirigirá y nos enseñará como hizo con Adán y Eva, si seguimos su dirección. En algunos casos, puede significar quitarnos a nosotros de la tentación misma. 

El segundo paso, "inclina mi corazón", expresa nuestro permiso para que Dios actúe en nosotros y nos lleve a depender de él para guardar sus principios, para bloquear nuestra búsqueda de ganancias egoístas. 

El paso final es "aparta mi vista”. Literalmente, significa "haz que mis ojos pasen”. Mirar el mal por largo tiempo hace que parezca aceptable, pero le damos a Dios permiso para apartar nuestra vista rápidamente y no permitirle que se detenga en las cosas de este mundo. El mundo, por otro lado, trata de hacer que todas las cosas malas para nosotros parezcan atrayentes, y que las cosas que son buenas para nosotros parezcan poco interesantes. 

Los cristianos no deben perder de vista a Jesús en un mundo materialista. Él nos dirige e inclina nuestro corazón y nuestros ojos por medio del dominio propio, una visión espiritual nítida y una generosidad abnegada al enfrentar la filosofía de “veo, quiero, tomo”. Tenemos la ventaja en esta batalla, porque Dios está de nuestro lado. "Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:16).



1 Cathleen Falsani, "The Prosperity Gospel”, The Washington Post, s. f., http://www.washingtonpost.com/wp-srv/special/opinions/outlook/worstideas/prosperity-gospel.html. 2 Elena de White, Los hechos de los apóstoles (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1977), p. 417.

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