2 LA DEIDAD
Hay un solo Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo, una unidad de tres personas coeternas. Dios es inmortal, todopoderoso, omnisapiente, superior a todos y omnipresente. Es infinito y escapa a la comprensión humana, aunque se lo puede conocer por medio de su autorrevelación. Es digno para siempre de reverencia, adoración y servicio por parte de toda la creación (Deut. 6:4; Mat. 28:19; 2 Cor. 13:14; Efe. 4:4-6; 1 Ped. 1:2; 1 Tim. 1:17; Apoc. 14:7).
EN EL CALVARIO, CASI TODOS RECHAZARON A JESÚS. Solo unos
pocos reconocieron quién era realmente Jesús; entre ellos, el ladrón moribundo
que lo reconoció como Rey y Señor (Luc. 23:42), y el soldado romano que dijo: “Verdaderamente
este hombre era Hijo de Dios” (Mar. 15:39).
Al escribir Juan las siguientes palabras: “A lo suyo vino, y
los suyos no le recibieron” (Juan 1:11), se refería no solo a la multitud que
se amontonaba al pie de la cruz, ni siquiera a Israel, sino a toda generación
que haya vivido. A excepción de un puñado de individuos, toda la humanidad, a
semejanza de la bulliciosa multitud reunida en el Calvario, ha rehusado
reconocer en Jesús a su Dios y Salvador. Este fracaso, el mas trágico y
profundo de la humanidad, demuestra que el conocimiento de Dios que poseen los
seres humanos es radicalmente deficiente.
El conocimiento de Dios
Las muchas teorías que procuran explicar a Dios, y los
numerosos argumentos en pro y en contra de su existencia, muestran que la
sabiduría humana no puede penetrar lo divino. Depender exclusivamente de la
sabiduría humana con el fin de aprender acerca de Dios, equivale a usar una
lupa en el estudio de las constelaciones. Por esto, para muchos, la sabiduría
de Dios es una “sabiduría oculta” (1 Cor. 2:7). Para ellos, Dios es un
misterio. Pablo escribió: “La que ninguno de los príncipes de este siglo
conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de
gloria” (1 Cor. 2:8).
Uno de los mandamientos más básicos de la Escritura es:
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu
mente” (Mat. 22:37; ver también Deut. 6:5). No podemos amar a alguien del cual
no sabemos nada; por otra parte, no podemos descubrir las cosas profundas de
Dios buscándolas por cuenta propia (Job 11:7). ¿Cómo podemos entonces llegar a
conocer y amar al Creador?
Se puede conocer a Dios. Dios conoce el dilema
que enfrentamos los seres humanos; por eso en su amor y compasión, ha llegado
hasta nosotros por medio de la Biblia. En sus páginas se revela que “el
cristianismo no es el registro de la búsqueda que los hombres hacen de Dios; es
el producto de la revelación que Dios hace de sí mismo y de sus propósitos para
con el hombre”.1 Esta autorrevelación está designada para salvar el abismo que
existe entre este mundo rebelde y nuestro amante Dios.
La mayor manifestación del amor de Dios llegó hasta nosotros
por medio de su suprema revelación, es decir, de Jesucristo, su Hijo. Por medio
de Jesús podemos conocer al padre. Como declara Juan: “Sabemos que el Hijo de
Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero”
(1 Juan 5:20).
Además, Jesús declaró: “Esta es la vida eterna: que te
conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien has
enviado" (Juan 17:3). Estas son buenas noticias. Si bien es imposible
conocer completamente a Dios, las Escrituras nos permiten obtener un
conocimiento práctico de él que basta para permitirnos entrar en una relación
salvadora con él.
Cómo conocer a Dios. A diferencia de otros
procesos de investigación, el conocimiento de Dios tiene tanto que ver con el
corazón como con el cerebro. Abarca todo el ser, no solo el intelecto. Debemos
abrirnos a la influencia del Espíritu Santo, y estar dispuestos a cumplir la
voluntad de Dios (Juan 7:17; ver Mat. 11:27). Jesús dijo: “Bienaventurados los
de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (Mat. 5:8).
Es claro, entonces, que los incrédulos no pueden comprender
a Dios. Pablo exclamó: “¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde
está el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del
mundo? Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante
la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la
predicación” (1 Cor. 1:20, 21).
La manera en que aprendemos a conocer a Dios por medio de la
Biblia, difiere de todos los otros métodos de adquirir conocimiento. No podemos
colocarnos por encima de Dios y tratarlo como un objeto que debe ser analizado
y cuantificado.
En nuestra búsqueda del conocimiento de Dios, debemos
someternos a la autoridad de su autorevelación: la Biblia. Por cuanto la Biblia
es su propio intérprete, debemos someternos a los principios y métodos que
provee. Sin estos indicadores bíblicos no podemos conocer a Dios.
¿Por qué tantos de los contemporáneos de Jesús no lograron
distinguir la revelación que Dios hizo de sí mismo en Jesús? Porque rehusaron
someterse a la conducción del Espíritu Santo a través de las Escrituras,
interpretando de este modo en forma equivocada el mensaje de Dios, lo cual los
llevó a crucificar a su Salvador. Su problema no era intelectual. Fueron sus
corazones endurecidos los que oscurecieron sus mentes, y el resultado fue una
pérdida eterna.
La existencia de Dios
Hay dos grandes fuentes de evidencias relativas a la
existencia de Dios: el libro de la naturaleza y la Sagrada Escritura.
Evidencias de la creación. Todos
pueden aprender de Dios a través de la naturaleza y de la experiencia humana.
David escribió: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia
la obra de sus manos” (Sal. 19:1). Juan afirma que la revelación de Dios,
incluyendo en ella a la naturaleza, alumbra a todos (Juan 1:9). Y Pablo
declara: “Las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen
claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de
las cosas hechas” (Rom. 1:20).
La conducta humana también provee evidencias de la
existencia de Dios. En el culto ateniense al “dios no conocido”, Pablo vio
evidencias de una creencia en Dios. Dijo el apóstol: “Al que vosotros adoráis,
pues, sin conocerle, es a quien yo os anuncio” (Hech. 17:23). Pablo también
dice que la conducta de los no cristianos revela el testimonio de su
conciencia, y muestra que la ley de Dios ha sido “escrita en sus corazones”
(Rom. 2:14,15). Esta intuición de que Dios existe se encuentra aun entre los
que no tienen acceso a la Biblia. Esta revelación general de Dios ha llevado a la
formulación de diversos argumentos clásicos en favor de la existencia de Dios.2
Evidencias de la Escritura.
La Biblia no procura comprobar la existencia de Dios; simplemente, la
da por sentada. Su texto inicial declara: “En el principio creó Dios los cielos
y la tierra” (Gén. 1:1). La Biblia describe a Dios como el Creador, Sustentador
y Legislador de toda la creación. La revelación de Dios por medio de la
creación es tan poderosa que no hay excusa para el ateísmo, el cual surge cuando
se suprime la verdad divina o cuando una mente rehúsa reconocer la evidencia de
que Dios existe (Sal. 14:1; Rom. 1:18-22, 28).
Hay suficientes evidencias de la existencia de Dios para
convencer a cualquiera que procura seriamente descubrir la verdad acerca de él.
Y sin embargo, la fe es un requisito previo, por cuanto “sin fe es imposible
agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le
hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Heb. 11:6).
La fe en Dios, sin embargo, no es ciega. Está basada en una
amplia gama de evidencias que se encuentran tanto en las revelaciones de Dios a
través de las Escrituras, como en el mundo de la naturaleza.
El Dios de las Escrituras
La Biblia revela las cualidades esenciales de Dios a través
de sus nombres, actividades y atributos.
Los nombres de Dios. En
los tiempos bíblicos, los nombres eran importantes, como es aún el caso en el
oriente. En esas regiones, se considera que un nombre revela el carácter del
que lo lleva, su verdadera naturaleza e identidad. La importancia de los
nombres de Dios, que revelan su naturaleza, carácter y cualidades, se revela en
el siguiente mandamiento: “No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano”
(Éxo. 20:7). David decía: “Cantaré al nombre de Jehová el Altísimo” (Sal. 7:17).
“Santo y temible es su nombre” (Sal. 111:9). “Alaben el nombre de Jehová, porque
solo su nombre es enaltecido” (Sal. 148:13).
Los nombres hebreos Él y Elóhim (“Dios”)
revelan el poder divino de Dios. Lo describen como el Fuerte y Poderoso, el
Dios de la creación (Gén. 1:1; Éxo. 20:2; Dan. 9:4). Elyón (“Altísimo”)
y Él Elyón (“Dios Altísimo”) enfocan su posición exaltada (Gén.
14:18-20, Isa. 14:14). Adonái (“Señor”) presenta a Dios como el Gobernante
Todopoderoso (Isa. 6:1; Sal. 35:23). Estos nombres enfatizan el carácter
majestuoso y trascendente de Dios.
Otros nombres revelan la disposición que Dios tiene para
entrar en una relación con los seres humanos. Shaddai (“Todopoderoso”)
y El Shaddai (“Dios Todopoderoso”) describen a Dios como la
Fuente de bendición y bienestar (Éxo. 6:3; Sal. 91:1). El nombre Yahweh,3
traducido por Jehová o SEÑOR, hace énfasis en la fidelidad y la gracia de Dios
relativas al pacto (Éxo. 15:2, 3; Ose. 12:5,6). En Éxodo 3:14, Yahweh se
describe a sí mismo como "Yo soy el que soy”, o “Yo seré lo que seré”,
indicando así su relación inmutable con su pueblo. En otras ocasiones Dios ha
provisto una revelación aún más íntima de sí mismo, al presentarse como “Padre”
(Deut. 32:6, Isa 63:16; Jer. 31:9; Mal. 2:10), y al llamar a Israel “mi hijo,
mi primogénito” (Éxo. 4:22; ver Deut. 32:19).
A excepción del apelativo Padre, los nombres de Dios
que aparecen en el Nuevo Testamento tienen significados equivalentes a los del
Antiguo. En el Nuevo Testamento, Jesús usó el término Padre para
llevarnos a una relación estrecha y personal con Dios (Mat. 6:9; Mar. 14:36;
ver Rom. 8:15; Gál. 4:6).
Las actividades de Dios. Los
escritores bíblicos pasan más tiempo describiendo las actividades de Dios que
la esencia de su ser. Lo presentan como creador (Gén. 1:1; Sal. 24:1, 2),
sustentador del mundo (Heb. 1:3), y redentor y salvador (Deut. 5:6; 2 Cor.
5:19), que lleva sobre sí la responsabilidad del destino final de la humanidad.
Hace planes (Isa. 46:11), predicciones (Isa. 46:10) y promesas (Deut. 15:6; 2
Pedro 3:9). Perdona pecados (Éxo. 34:7), y en consecuencia merece nuestra
adoración (Apoc. 14:6, 7). Por encima de todo las Escrituras revelan a Dios
como Gobernante, “Rey de los siglos, inmortal, invisible... único y sabio Dios”
(1 Tim. 1:17). Sus acciones confirman que es un Dios personal.
Los atributos de Dios. Los
escritores sagrados proveen información adicional acerca de la esencia de Dios
a través de sus testimonios relativos a los atributos divinos, tanto los que
son comunicables como los incomunicables.
Los atributos incomunicables de Dios comprenden aspectos de
su naturaleza divina que no se han revelado a los seres creados. Dios tiene
existencia propia: “El Padre tiene vida en sí mismo” (Juan 5:26). Es
independiente, tanto en su voluntad (Efe. 1:5) como en su poder (Sal. 115:3).
Es omnisciente, conociendo todas las cosas (Job 37:16; Sal. 139:1-18; 147:5; 1
Juan 3:20), por cuanto, en su calidad de Alfa y Omega (Apoc. 1:8), conoce el
fin desde el principio (Isa. 46:9-11).
Dios es omnipresente (Sal. 139:7-12; Heb. 4:13), por lo cual
trasciende toda limitación de espacio. No obstante, se halla enteramente
presente en cada parte del espacio. Es eterno (Sal. 90:2; Apoc. 1:8); excede
los límites del tiempo, y sin embargo se halla plenamente presente en cada
momento del tiempo.
Dios es todopoderoso, omnipotente. El hecho de que para él
nada es imposible, nos asegura de que puede cumplir cualquier cosa que se
proponga (Dan. 4:17, 25, 35; Mat. 19:26; Apoc. 19:6). Es inmutable, o
incambiable, porque es perfecto. Dice: “Yo Jehová no cambio” (Mal. 3:6; ver
Sal. 33:11; Sant. 1:17). Por cuanto en cierto sentido estos atributos definen a
Dios, son incomunicables.
Los atributos comunicables de Dios fluyen de su amorosa
preocupación por la humanidad. Incluyen el amor (Rom. 5:8), la gracia (Rom.
3:24), la misericordia (Sal. 145:9), la paciencia (2 Pedro 3:15), la santidad
(Sal. 99:9), la justicia (Esdras 9:15; Juan 17:25; Apoc. 22:12) y la verdad (1
Juan 5:20). Estos dones son inseparables del Dador.
La soberanía de Dios
Las Escrituras establecen claramente la soberanía de Dios:
“Él hace según su voluntad... y no hay quien detenga su mano” (Dan. 4:35). “Tú
creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas” (Apoc.
4:11). “Todo lo que Jehová quiere, lo hace en los cielos y en la tierra” (Sal.
135:6). Así, Salomón pudo decir: “Como los repartimientos de las aguas, así
está el corazón del rey en la mano de Jehová; a todo lo que quiere lo inclina”
(Prov. 21:1). Pablo, consciente de la soberanía de Dios: "Otra vez volveré
a vosotros, si Dios quiere” (Hech. 18:21; ver Rom. 15:32). Por su parte,
Santiago amonesta diciendo: "deberíais decir: si el Señor quiere viviremos
y haremos esto o aquello” (Sant. 4:15).
La predestinación y la libertad humana. La
Biblia revela que Dios ejerce pleno control sobre el mundo. El Creador
"predestinó” a los seres humanos “para que fuesen hechos conforme a la
imagen de su Hijo” (Rom. 8:29,30), con el fin de adoptarlos como sus hijos, y
permitirles obtener una herencia (Efe. 1:4,5,11,12).
¿Qué implicaciones tiene para la libertad humana esta
soberanía divina? El verbo predestinar significa “determinar de antemano”.
Algunos suponen que estos pasajes enseñan que Dios elige arbitrariamente a unos
para la salvación y a otros para que sean condenados, sin tomar en cuenta sus
propias elecciones.
Pero al estudiar el contexto de estos pasajes, notamos que
Pablo no enseña que Dios excluye a nadie en forma caprichosa. El sentido de
estos textos es inclusivo. La Biblia afirma claramente que Dios “quiere
que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1
Tim. 2:4). Además, “es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno
perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Ped. 3:9). No existe
evidencia alguna de que Dios haya decretado que algunas personas deben perderse;
un decreto así negaría el Calvario, en el cual Jesús murió por todos. La expresión
todo aquel que aparece en el siguiente texto: “Porque de tal manera amó
Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él
cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16), significa que cualquier
persona puede ser salva.
“El hecho de que la voluntad libre del hombre es el factor
determinante en su destino personal, se hace evidente a partir del hecho de que
Dios continuamente presenta los resultados de la obediencia y la desobediencia,
e insta al pecador a que escoja la obediencia y la vida” (Deut. 30:19; Jos.
24:15; Isa. 1:16, 20; Apoc. 22:17); y del hecho de que es posible que el
creyente, aunque haya sido una vez recipiente de la gracia, caiga y se pierda
(1 Cor. 9:27; Gál. 5:4; Heb. 6:4-6; 10:29)... “Dios puede prever cada elección
individual que se hará, pero su conocimiento anticipado no determina cuál será
esa elección... La predestinación bíblica
consiste en el propósito efectivo de Dios, según el cual todos los que
elijan creer en Cristo serán salvos (Juan 1:12; Efe. 1:4-10)”.4
Entonces, ¿qué significa la Escritura cuando dice que Dios
amó a Jacob y aborreció a Esaú (Rom. 9:13), y que endureció el corazón de
Faraón (Rom. 9:17, 18; compárese con vers. 15, 16; Éxo. 9:16; 4:21)? El
contexto de estos pasajes muestra que la preocupación de Pablo se concentra en
el concepto de misión y no de salvación. La redención está disponible para
todos, pero Dios elige a ciertas personas para que cumplan tareas especiales.
La salvación estaba igualmente disponible para Jacob como para Esaú, pero Dios
eligió a Jacob, y no a Esaú, para que estableciera el linaje a través del cual
Dios haría llegar el mensaje de salvación a todo el mundo. El Creador ejerce
soberanía en su estrategia misionera.
Cuando la Escritura dice que Dios endureció el corazón de
Faraón, simplemente le da crédito por hacer lo que él mismo permite, y no
implica que lo ha ordenado así. La respuesta negativa al llamado de Dios, de
hecho ilustra el respeto que Dios tuvo por la libertad de elección de dicho
gobernante.
La presciencia divina y la libertad humana. Algunos
creen que Dios se relaciona con los individuos sin saber sus elecciones, hasta
que las realizan; que Dios conoce ciertos acontecimientos futuros, como el
Segundo Advenimiento, el milenio y la restauración del mundo, pero que no tiene
idea de quién se salvará y quién se perderá. Los proponentes de esta posición
suponen que la relación dinámica que existe entre Dios y la raza humana estaría
amenazada si el Creador supiera todo lo que va a suceder desde la eternidad
hasta la eternidad. Algunos sugieren que si Dios supiera el fin desde el
principio, podría llegar a sentir aburrimiento.
Pero el hecho de que Dios sepa lo que los individuos harán,
no estorba su elección más de lo que el conocimiento que un historiador tiene
de lo que la gente hizo en el pasado estorba sus acciones. Tal como una cámara
registra una escena sin cambiarla, la presciencia divina contempla el futuro
sin alterarlo. El conocimiento anticipado de que disfruta la Deidad nunca viola
la libertad del hombre.
La dinamica de la Deidad
¿Existe sólo un Dios? ¿Qué sucede con Cristo y con el
Espíritu Santo?
La unidad de Dios. En
contraste con los paganos de las naciones circundantes, Israel creía en la
existencia de un solo Dios (Deut. 4:35; 6:4; Isa. 45:5; Zac. 14:9). El Nuevo
Testamento coloca el mismo énfasis en la unidad de Dios (Mar. 12:29-32; Juan
17:3; 1 Cor. 8:4-6; Efe. 4:4-6; 1 Tim. 2:5). Este énfasis monoteísta no contra dice
el concepto cristiano del Dios triuno o Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo;
más bien, afirma que no existe un panteón de diversas divinidades.
La pluralidad dentro de la
Deidad. Si bien el Antiguo Testamento no enseña explícitamente que Dios
es triuno, no es menos cierto que se refiere a una pluralidad dentro de la
Deidad. En ciertas ocasiones Dios emplea plurales, tales como: “Hagamos al
hombre a nuestra imagen” (Gén. 1:26); “He aquí el hombre es como uno de
nosotros” (Gén. 3:22); “Ahora, pues, descendamos” (Gén. 11:7). A veces, la
expresión “Ángel del Señor” está identificada con Dios. Cuando se le apareció a
Moisés, el Ángel del Señor dijo: “Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham,
Dios de Isaac, y Dios de Jacob” (Éxo. 3:6).
En diversas referencias se hace una distinción entre Dios y
su Espíritu. En el relato de la creación, “el Espíritu de Dios se movía sobre
la faz de las aguas” (Gén. 1:2). Algunos textos no solo se refieren al
Espíritu, sino que además incluyen una tercera Persona en la obra de la
redención que Dios realiza: “Ahora me envió [habla el Hijo] Jehová el Señor [el
Padre], y su Espíritu [el Espíritu Santo]” (Isa. 48:16); “He aquí mi siervo
[habla el Padre]... he puesto sobre él [el Hijo] mi Espíritu; el traerá
justicia a las naciones” (Isa. 42:1).
La relación que existe entre las personas de la
Deidad. La primera venida de Cristo provee para nosotros una visión
mucho más clara del Dios triuno. El Evangelio de Juan revela que la Deidad
consiste en Dios el Padre (cap. 3), Dios el Hijo (cap. 4) y Dios el Espíritu
Santo (cap. 5), una unidad de tres Personas coeternas, vinculadas por una
relación misteriosa y especialísima.
1. Una relación de amor. Cuando
Cristo exclamo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mar.
15:34), estaba expresando el sufrimiento producido por la separación de su
Padre que el pecado había causado. El pecado quebrantó la relación original de
la humanidad con Dios (Gén. 3:6-10; Isa. 59:2). En sus últimas horas, Jesús, el
Ser que no conoció pecado, se hizo pecado por nosotros. Al tomar nuestro
pecado, al ocupar nuestro lugar, experimentó la separación de Dios que nos
correspondería experimentar a nosotros, y en consecuencia pereció.
Los pecadores nunca
comprenderemos lo que significó para la Deidad la muerte de Jesús. Desde la
eternidad el Hijo había estado con su Padre y con el Espíritu. Habían
compartido una vida co-eterna, co-existente, en absoluta abnegación y amor
mutuos. El hecho de haber podido pasar tanto tiempo juntos, revela el amor
perfecto y absoluto que siempre existió en la Deidad. “Dios es amor” (1 Juan
4:8) significa que cada uno vivió de tal manera por los otros, que todos
experimentaron perfecto contentamiento y perfecta felicidad.
En 1 Corintios 13 se define el
amor. Alguno podría preguntarse cómo se aplicarían dentro de la Deidad las
cualidades de longanimidad o paciencia, en vista de que entre sus miembros
siempre existió una perfecta relación de amor. La paciencia se necesitó primero
al tratar con los ángeles rebeldes, y más tarde con los seres humanos
desobedientes.
No hay distancia entre las
personas del Dios triuno. Todas son divinas, y sin embargo comparten sus
cualidades y poderes divinos. En las organizaciones humanas, la autoridad final
descansa sobre una persona: un presidente, rey o primer ministro. En la Deidad,
la autoridad final reside en sus tres miembros.
Si bien es cierto que la Deidad
no es una en personas, Dios es uno en propósito, mente y carácter. Esta unidad
no destruye las distintas personalidades del Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo. Además, el hecho de que en la Deidad haya personalidades separadas, no
destruye la enseñanza monoteísta de la Escritura, según la cual el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo son un único Dios.
2. Una relación práctica. Dentro
de la Deidad, existe la economía funcional. Dios no duplica innecesariamente su
obra. El orden es la primera ley del cielo, y se manifiesta en formas ordenadas
de actuar. Este orden surge de la unión que existe entre los componentes de la
Deidad, y sirve para preservar dicha unión. El Padre parece actuar como fuente,
el Hijo como mediador, y el Espíritu como actualizador o aplicador.
La encarnación provee una hermosa
demostración de la relación que existe en la obra de las tres personas de la
Deidad. El Padre dio a su Hijo, Cristo se entregó a sí mismo, y el Espíritu
produjo la concepción de Jesús (Juan 3:16; Mat. 1:18, 20). El testimonio que el
ángel pronunció ante María, indica con claridad las actividades de las tres
Personas en el misterio de Dios hecho hombre. “El Espíritu Santo vendrá sobre
ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el
Santo Ser que nacerá será llamado Hijo de Dios” (Luc. 1:35).
Todos los miembros de la Deidad
estaban presentes en el bautismo de Cristo: el Padre, expresando palabras de
ánimo y aprobación (Mat. 3:17), Cristo, entregándose a sí mismo para ser
bautizado como nuestro ejemplo (Mat. 3:13-15), y el Espíritu, entregándose a
Jesús para impartirle su poder (Luc. 3:21,22).
Hacia el fin de su vida terrenal,
Jesús prometió enviar el Espíritu Santo en calidad de consejero o ayudador
(Juan 14:16). Horas más tarde, cuando colgaba de la cruz, Jesús clamó a su
Padre: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mat. 27:46). En esos
momentos supremos de la historia de la salvación, el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo estuvieron presentes en la escena.
Hoy, el Padre y el Hijo se
acercan a nosotros a través del Espíritu Santo. Jesús dijo: “Cuando venga el
Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual
procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí” (Juan 15:26).
El Padre y el Hijo envían el
Espíritu para revelar a Cristo ante cada persona. El gran propósito de la
Trinidad es llevar a todo corazón el conocimiento de Cristo y la presencia de
Dios (Juan 17:3), y hacer que la presencia de Jesús sea una realidad (Mat.
28:20; ver Heb. 13:5). Pedro declara que los creyentes han sido elegidos para
salvación, "según la presciencia de Dios Padre en santificación del
Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo” (1 Ped.
1:2).
La bendición apostólica incluye
las tres personas de la Deidad. “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de
Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros” (2 Cor. 13:14).
Cristo encabeza la lista. El punto de contacto entre Dios y la humanidad fue y
es siempre a través de Jesucristo, el Dios que se hizo hombre. Si bien los tres
miembros de la Trinidad obran unidos para salvarnos, sólo Jesús vivió como
hombre, murió como hombre y se convirtió en nuestro Salvador (Juan 6:47; Mat.
1:21; Hech. 4:12). Pero por cuanto “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo
el mundo” (2 Cor. 5:19), Dios también puede ser designado como nuestro Salvador
(ver Tito 3:4), por cuanto nos salvó por medio de Cristo el Salvador (Efe.
5:23; Fil. 3:20; ver Tito 3:6).
En la economía de funciones, los
diferentes miembros de la Deidad cumplen distintas tareas en la salvación del
hombre. La obra del Espíritu Santo no le añade nada a la calidad del sacrificio
que Jesucristo hizo en la cruz. Por medio del Espíritu Santo, la expiación
objetiva realizada en la cruz se aplica subjetivamente en la medida en que el
Cristo de la expiación es aceptado en el corazón. De este modo, Pablo habla de
“Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Col. 1:27).
Enfoque de la salvación
La iglesia primitiva bautizaba a los creyentes en el nombre
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Mat. 28:19). Pero por cuanto el amor
de Dios y su propósito fueron revelados por medio de Jesucristo, la Biblia lo
enfoca a él.
Cristo es la esperanza a la que apuntaban los sacrificios y
festivales del Antiguo Testamento. Él es quien ocupa el lugar central en los
Evangelios. Él es las Buenas Nuevas, la Bendita Esperanza que proclamaron los
discípulos en sus sermones y sus escritos. El Antiguo Testamento apunta hacia
su venida futura; el Nuevo Testamento testifica de su primer advenimiento y
mira con esperanza hacia su retorno.
Cristo, el mediador entre Dios y nosotros, nos une de este
modo a la Deidad. Jesús es “el camino, y la verdad, y la vida” (Juan 14:6). Las
buenas nuevas están centradas en una Persona y no solo en una práctica. Tienen
que ver con una relación, y no solo con reglamentos, puesto que el cristianismo
es Cristo. En él encontramos el corazón, el contenido y el contexto de toda verdad
de la vida.
Al mirar a la cruz, contemplamos el corazón de Dios. Sobre
ese instrumento de tortura derramó su amor por nosotros. A través de Cristo, el
amor de la Deidad llena nuestros dolientes y vacíos corazones. Jesús colgó de
ella como el don de Dios y como nuestro sustituto. En el Calvario, Dios
descendió al punto más bajo del mundo para encontrarse allí con nosotros; pero
a la vez, constituye el lugar más elevado a donde podemos ir. Cuando llegamos
al Calvario, hemos ascendido tan alto como podemos en dirección a Dios.
En la cruz, la Trinidad hizo una revelación completa de
abnegación. Allí encontramos nuestra más completa revelación de Dios. Cristo se
hizo hombre para morir por la raza humana. Valoró más la abnegación que su
derecho a la vida.
Allí Cristo se convirtió en nuestra “sabiduría,
justificación, santificación y redención” (1 Cor 1:30). Cualquier valor o
significado que poseamos o que lleguemos a adquirir en el futuro, se deriva de
su sacrificio en esa cruz.
El único Dios verdadero es el Dios de la cruz. Cristo
reveló ante el universo el infinito amor y el poder salvador de la Deidad;
reveló un Dios triuno que estuvo dispuesto a sufrir la agonía de la separación,
debido a su amor incondicional por este planeta rebelde. Desde esa cruz, Dios
proclama su amorosa invitación a nosotros: Reconciliaos, “y la paz de Dios, que
sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros
pensamientos en Cristo Jesús” (Fil. 4:7).
Comentarios
Publicar un comentario