3 DIOS EL PADRE
Dios, el Padre Eterno es el Creador, Originador,
Sustentador y Soberano de toda la creación. Es justo y santo, misericordioso y
clemente, tardo en airarse y abundante en amor y fidelidad. Las cualidades y
las facultades del Padre se manifiestan también en el Hijo y en el Espíritu
Santo (Gen. 1:1; Apoc. 4:11; 1 Cor. 15:28; Juan 3:16; 1 Juan 4:8; 1 Tim. 1:17;
Éxo. 34:6, 7; Juan 14:9).
COMIENZA EL GRAN DÍA DEL JUICIO. Tronos ardientes con ruedas
de fuego son colocados en sus lugares. El Anciano de Días ocupa su lugar. De
majestuosa apariencia, preside sobre la corte. Su presencia formidable se
impone sobre el vasto público que llena el salón de la corte. Delante de él hay
una multitud de testigos. El juicio está preparado, los libros se abren, y
comienza el examen del registro de las vidas humanas (Dan. 7:9,10).
El universo entero ha estado esperando este momento. Dios el
Padre ejecutará su justicia contra toda maldad. Se pronuncia la sentencia: “Se
dio el juicio a los santos del Altísimo; y... recibieron el reino” (Dan. 7:22).
Por todo el cielo resuenan gozosas alabanzas y acciones de gracia. El carácter
de Dios es percibido en toda su gloria, y su maravilloso nombre es vindicado
por todo el universo.
Conceptos acerca del Padre
Con frecuencia se comprende mal a Dios el Padre. Muchos
conocen la misión que Cristo vino a cumplir a este mundo a favor de la
raza humana, y están al tanto del papel que el Espíritu Santo realiza en
el individuo, pero, ¿qué tiene que ver con nosotros el Padre? ¿Está él,
en contraste con el Hijo lleno de bondad y el Espíritu, totalmente separado de
nuestro mundo? ¿Es acaso el Amo ausente, la Primera Causa inamovible? O
será él, según algunos piensan, el “Dios del Antiguo Testamento”, un Dios de
venganza, caracterizado por el dicho: “Ojo por ojo y diente por diente"
(ver Mat. 5:38; Éxo. 21:24); un Dios exigente, que requiere conducta perfecta,
bajo la amenaza de terribles castigos. Un Dios que ofrece un contraste absoluto
con la descripción que hace el Nuevo Testamento de un Dios de amor, el cual nos
pide que volvamos la otra mejilla y que caminemos la segunda milla (Mat.
5:39-41).
Dios el Padre en el Antiguo Testamento
La unidad del Antiguo y Nuevo Testamento, y su plan común de
redención, se revela por el hecho de que el mismo Dios habla y actúa en ambos
Testamentos para la salvación de su pueblo. “Dios habiendo hablado muchas veces
y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos
postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo,
y por quien asimismo hizo el universo” (Heb. 1:1, 2). Si bien el Antiguo
Testamento alude a las Personas de la Deidad, no las distingue entre sí. Pero
el Nuevo Testamento deja claro que Cristo, Dios el Hijo, fue el agente activo
en la creación (Juan 1:1-3, 14; Col. 1:16) y que él fue el Dios que sacó a
Israel de Egipto (1 Cor. 10:1-4; Éxo. 3:14; Juan 8:58). Lo que el Nuevo
Testamento declara acerca del papel que Cristo desempeñó en la creación y el
éxodo, sugiere que aun el Antiguo Testamento a menudo describe a Dios el Padre
por medio del Hijo. “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo” (2
Cor. 5:19). El Antiguo Testamento describe al Padre en los términos siguientes:
Un Dios de misericordia. Ningún
pecador ha visto jamás a Dios (Éxo. 33:20). No tenemos ninguna fotografía de su
rostro. Dios demostró su carácter por sus hechos de misericordia y por la
descripción de sí mismo que proclamó ante Moisés: Jehová! ¡Jehová! Fuerte,
misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad;
que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el
pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la
iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta
la tercera y cuarta generación” (Éxo. 34:6,7; ver Heb 10:26,27). Con todo, la
misericordia no perdona ciegamente, sino que se deja guiar por el principio de
la justicia. Los que rechazan la misericordia divina, cosechan el castigo de su
iniquidad.
En el Sinaí, Dios expresó su deseo de ser el amigo de
Israel, y de estar con su pueblo. Por eso le dijo a Moisés: “Y harán un
santuario para mí, y habitaré en medio de ellos” (Éxo. 25:8). Por cuanto el
santuario era la morada de Dios en la tierra, se convirtió en el punto focal de
la experiencia de Israel.
El Dios del pacto. Ansioso
de establecer relaciones perdurables, Dios estableció pactos solemnes con
personajes como Noé (Gén. 9:1-17) y Abraham (Gén. 12:1-3, 7; I .i: 14-17; 15:1,
5,6; 17:1-8; 22:15-18; ver el capítulo 7 de esta obra). Estos pactos revelan un
Dios personal y amoroso, que se interesa en las situaciones por las que pasa su
pueblo. A Noé le dio la seguridad de que habría estaciones regulares (Gén.
8:22) y de que nunca sucedería otro diluvio mundial (Gén. 9:11); a Abraham le
prometió numerosos descendientes (Gén. 15:5-7) y una tierra en la cual pudiera
morar (Gén. 15:18; 17:8).
El Dios redentor. En
el éxodo, Dios guió milagrosamente a una nación de esclavos hasta la libertad.
Este gran acto redentor constituye el telón de fondo de todo el Antiguo
Testamento y provee un ejemplo del anhelo que Dios siente de ser nuestro
Redentor. Dios no es una persona distante y desconectada, que no se interesa
por nosotros; por el contrario, se halla íntimamente involucrado en nuestros
asuntos.
Los salmos, especialmente, fueron inspirados por la
profundidad de la injerencia amorosa de Dios: “Cuando veo tus cielos, obra de
tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre
para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre para que lo visites?” (Sal.
8:3,4). “Te amo, oh Jehová, fortaleza mía. Jehová, roca mía y castillo mío, y
mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo, y la fuerza
de mi salvación, mi alto refugio” (Sal. 18:1,2). “Porque no menospreció ni
abominó la aflicción del afligido, ni de él escondió su rostro” (Sal. 22:24).
Un Dios de refugio. David
consideraba a Dios como alguien en quien podemos encontrar refugio, muy a
semejanza de las seis ciudades de refugio israelitas, establecidas para socorro
de los fugitivos inocentes. El tema del “refugio” que aparece repetidamente en
los salmos, describe tanto a Cristo como al Padre. La Deidad era un refugio
para el salmista. “Él me esconderá en su tabernáculo en el día del mal; me
ocultará en lo reservado de su morada; sobre una roca me pondrá en alto” (Sal.
27:5). “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las
tribulaciones” (Sal. 46:1). “Como Jerusalén tiene montes alrededor de ella, así
Jehová está alrededor de su pueblo desde ahora y para siempre” (Sal. 125:2).
El salmista expresa el anhelo de gozar más de la presencia
de su Dios: “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama
por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo” (Sal.
42:1, 2). Por experiencia propia, David testificó: “Echa sobre Jehová tu carga,
y él te sustentará; no dejará para siempre caído al justo” (Sal. 55:22).
“Esperad en él en todo tiempo, oh pueblos; derramad delante de él vuestro corazón;
Dios es nuestro refugio” (Sal. 62:8). El Creador es un “Dios misericordioso y
clemente, lento para la ira, y grande en misericordia y verdad” (Sal. 86:15).
Un Dios perdonador. Después
de haber cometido adulterio y asesinato, David rogó con profundo anhelo: “Ten
piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de
tus piedades borra mis rebeliones”. “No me eches de delante de ti, y no quites
de mí tu Santo Espíritu” (Sal. 51:1,11). Se sintió reconfortado por la
seguridad de que Dios es maravillosamente misericordioso. “Porque como la altura
de los cielos sobre la tierra, engrandeció su misericordia sobre los que le
temen.
Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de
nosotros nuestras rebeliones. Como el padre se compadece de los hijos, se
compadece Jehová de los que le temen. Porque él conoce nuestra condición; se
acuerda de que somos polvo” (Sal. 103:11-14).
Un Dios de bondad. Dios
es el que “hace justicia a los agraviados, que da pan a los hambrientos. Jehová
liberta a los cautivos; Jehová abre los ojos a los ciegos; Jehová levanta a los
caídos; Jehová ama a los justos. Jehová guarda a los extranjeros; al huérfano y
a la viuda sostiene” (Sal. 146:7-9). ¡Qué maravilloso es el cuadro de Dios que
presentan los Salmos!
Un Dios de fidelidad. A
pesar de la grandeza de Dios, Israel pasó la mayor parte del tiempo apartado de
él (Lev. 26; Deut. 28). Se describe la actitud de Dios para con Israel como la
de un esposo que ama a su esposa. El libro de Oseas ilustra en forma conmovedora
la fidelidad de Dios frente al flagrante rechazo e infidelidad de su pueblo. La
persistente disposición de Dios a perdonar, revela su carácter de amor
incondicional.
Si bien Dios, en su deseo de corregir la conducta de Israel,
le permitió experimentar las calamidades causadas por su infidelidad, de todos
modos lo abrazó con su misericordia. Le aseguró: “Mi siervo eres tú; te escogí,
y no te deseché. No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes porque yo soy
tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la
diestra de mi justicia” (Isa. 41:9,10). A pesar de su infidelidad, Dios le
promete con ternura: “Y confesarán su iniquidad, y la iniquidad de sus padres,
por su prevaricación con que prevaricaron contra mí... entonces se humillará su
corazón incircunciso, y reconocerán su pecado. Entonces yo me acordaré de mi
pacto con Jacob, y asimismo de mi pacto con Isaac, y también de mi pacto con
Abraham me acordaré” (Lev. 26:40-42; ver Jer. 3:12).
Dios le recuerda a su pueblo su actitud redentora: “Israel,
no me olvides. Yo deshice como una nube tus rebeliones, y como niebla tus
pecados; vuélvete a mí, porque yo te redimí” (Isa. 44:21,22). Con razón Dios
tiene derecho a decir: “Mirad a mí, y sed salvos todos los términos de la
tierra, porque yo soy Dios, y no hay más" (Isa. 45:22).
Un Dios de salvación y de
venganza. La descripción que hace el Antiguo Testamento de Dios como un
Dios de venganza, debe ser colocada en el contexto de la destrucción de su
pueblo fiel por los malvados. A través del tema del “día del Señor”, los
profetas revelan las acciones de Dios en defensa de su pueblo al fin del tiempo.
Es un día de salvación para su pueblo, pero un día de venganza sobre sus enemigos,
los cuales serán destruidos. “Decid a los de corazón apocado: Esforzaos, no
temáis; he aquí que vuestro Dios viene con retribución, con pago; Dios mismo vendrá,
y os salvará” (Isa. 35:4).
Un Dios paternal. Dirigiéndose
a Israel, Moisés se refirió a Dios llamándolo su Padre, que los había redimido:
"¿No es él tu Padre que te creó?” (Deut. 32:6). Por la redención, Dios
adoptó a Israel como su hijo. Isaías escribió: “Ahora pues, Jehová, tú eres
nuestro Padre" (Isa. 64:8; ver el cap. 63:16). Por medio de Malaquías,
Dios afirmó su paternidad (Mal. 1:6). En otro texto, el mismo profeta relaciona
la paternidad de Dios con su papel como creador: “¿No tenemos todos un mismo
Padre? ¿No nos ha creado un mismo Dios?” (Mal. 2:10). Dios es nuestro Padre
tanto por la creación como por la redención. ¡Qué verdad más gloriosa!
Dios el Padre en el Nuevo
Testamento El Dios del Antiguo Testamento no difiere del Dios del Nuevo.
Dios el Padre está revelado como el originador de todas las cosas, el
Padre de todos los verdaderos creyentes, y en un sentido especialísimo,
el Padre de Jesucristo.
El Padre de toda la
creación. Pablo identifica al Padre, distinguiéndolo de Jesucristo:
“Solo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas... y un Señor,
Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio de él”
(1 Cor. 8:6; ver Heb. 12:9; Juan 1:17). El apóstol da el siguiente testimonio: “Doblo
mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre
toda familia en los cielos y en la tierra” (Efe. 3:14,15).
El Padre de todos los
creyentes. En los tiempos del Nuevo Testamento, esta relación
espiritual entre padre e hijo existe, no entre Dios y la nación de Israel, sino
entre Dios y el creyente individual. Jesús provee los parámetros que guían esta
relación (Mat. 5:45; 6:6-15), la cual se establece a través de la aceptación
que el creyente hace de Jesucristo (Juan 1:12,13).
A través de la redención que Cristo ha obrado, los creyentes
son adoptados como hijos de Dios. El Espíritu Santo facilita esta relación.
Cristo vino “para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que
recibiésemos la adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios envió a
vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!” (Gál.
4:5, 6; ver Rom. 8:15,16).
Jesús revela al Padre. Jesús,
Dios el Hijo, proveyó la más profunda revelación de Dios el Padre al venir en
la carne humana, en calidad de autorrevelación de Dios (Juan 1:1,14). Juan
declara: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo... él le ha dado a
conocer” (Juan 1:18). Jesús dijo: “He descendido del cielo” (Juan 6:38); “el
que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9). Conocer a Jesús es conocer
al Padre.
La epístola a los Hebreos hace énfasis en la importancia de
esta revelación personal: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas
maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días
nos ha hablado por el Hijo a quien constituyó heredero de todo, y por quien
asimismo hizo el universo... siendo el resplandor de su gloria, y la imagen
misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su
poder” (Heb. 1:1-3).
1. Un Dios que da. Jesús
reveló que su Padre es un Dios generoso, que da. Vemos su generosidad en el
acto de dar durante la creación, en Belén y en el Calvario.
En la creación, el Padre y el Hijo actuaron juntos. Dios nos
dio vida a pesar de saber que hacer eso llevaría a su propio Hijo a la muerte.
En Belén, se entregó a sí mismo al entregar a su Hijo. ¡Qué
dolor habrá experimentado el Padre cuando su Hijo entró en nuestro planeta
contaminado por el pecado! Imaginemos los sentimientos del Padre al ver a su
Hijo cambiar el amor y la adoración de los ángeles por el odio de los
pecadores; la gloria y felicidad del cielo por el sendero de la muerte.
Pero es el Calvario lo que provee para nosotros la mayor
comprensión del Padre. El Padre, siendo divino, sufrió el dolor de verse
separado de su Hijo —en la vida y en la muerte— con mayor intensidad de lo que
ningún ser humano jamás podría experimentar. Además, sufrió con Cristo
en la misma medida. ¡Cómo podríamos pretender que existiera un testimonio mayor
acerca del Padre! La cruz revela, como ninguna otra cosa puede hacerlo, la
verdad acerca del Padre.
2. Un Dios de amor. El tema favorito de Jesús
era la ternura y el abundante amor de Dios. “Amad a vuestros enemigos —dijo el
Salvador—, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y
orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro
Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que
hace llover sobre justos e injustos” (Mat. 5:44, 45). “Y será vuestro galardón
grande, y seréis hijos del Altísimo, porque él es benigno para con los ingratos
y malos. Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso”
(Luc. 6:35, 36).
Al humillarse para lavar los pies del que lo traicionaría
(Juan 13:5,10-14), Jesús reveló la naturaleza amante del Padre. Al contemplar a
Cristo alimentando a los millares (Mar, 6:39-44; cap. 8:1-9), sanando a los
sordos (Mar. 9:17-29), hablar a los mudos (Mar. 7:32-37), abriendo los ojos de
los ciegos (Mar. 8:22-25, levantando a los paralíticos (Luc. 5:18-26), curando
a los leprosos (Luc.5:12, 13), resucitando a los muertos (Mar. 5:35-43); Juan
11:1-45), perdonando a los pecadores (Juan 8:3-11), y echando fuera demonios
(Mat. 15:22-28; 17:14-21), vemos al Padre mezclándose con los hombres,
trayéndoles su vida, libertándolos, concediéndoles esperanza, y llamando su
atención a la nueva tierra restaurada que habría de venir. Cristo sabía que la
única forma de llevar a los individuos al arrepentimiento era revelarles el
precioso amor de su Padre (Rom. 2:4).
Tres de las parábolas de Cristo describen la preocupación
amorosa que Dios siente por la humanidad perdida (Luc. 15). La parábola de la
oveja perdida enseña que la salvación viene a nosotros por iniciativa de Dios,
y no porque nosotros podamos buscarlo a él. Como un pastor ama a sus ovejas y
arriesga su vida cuando una falta, así también en medida cada vez mayor, Dios
manifiesta su amor anhelante por todo pecador perdido.
Esta parábola también tiene significado cósmico: La oveja
perdida representa nuestro mundo rebelde, un simple átomo en el vasto universo
de Dios. El hecho de que Dios haya entregado el costoso don de su Hijo con el
fin de restaurar a nuestro planeta al redil, indica que nuestro mundo caído es
tan precioso a los ojos de él como el resto de su creación.
La parábola de la moneda perdida destaca el inmenso valor
que Dios coloca sobre nosotros los pecadores. Y la parábola del hijo pródigo
muestra el amor infinito del Padre que le da la bienvenida al hogar a sus hijos
penitentes. Si hay gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente (Luc.
15:7), imaginemos el gozo que el universo experimentará cuando nuestro Señor
venga por segunda vez.
El Nuevo Testamento hace clara la íntima participación que
el Padre tiene en el retorno de su Hijo. Ante la segunda venida, los malvados
claman a las montañas y a las rocas: “Caed sobre nosotros, y escondednos del
rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero”
(Apoc. 6:16). Jesús dijo: “Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su
Padre con sus ángeles” (Mat. 16:27);"... veréis al Hijo del hombre sentado
a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo” (Mat.
26:64).
Con un corazón anhelante, el Padre anticipa la Segunda
Venida, cuando los redimidos sean finalmente llevados a su hogar eterno.
Entonces se verá que su acto de enviar “a su Hijo unigénito al mundo para que
vivamos por él” (1 Juan 4:9) claramente no habrá sido en vano. Únicamente el
amor abnegado e insondable puede explicar por qué, aunque éramos enemigos,
“fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo” (Rom. 5:10). ¿Cómo
podríamos rechazar tal amor, y rehusar reconocerle como nuestro Padre?
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